Mi primer acercamiento con la madrecita ayahuasca

Hoy, con las redes sociales, creo que la mayoría han escuchado hablar de la ayahuasca, el peyote, los hongos, etc. Cuando en mí surgió el llamado hacia la ayahuasca, era el año de 2010, hace ya 15 años. En ese entonces, muy poca gente hablaba y menos conocía del uso de las plantas sagradas; las personas que las conocían eran chamanes, curanderos, oriundos del Amazonas y uno que otro curioso, como era mi caso.
Estoy tratando de hacer memoria de cómo fue que conocí a Carlos Samayu, pero la verdad no lo recuerdo. Carlos fue el primer chamán con el que tuve contacto, un señor bastante mayor que yo, argentino con unos hermosos ojos azules; se me figuraba mucho a la imagen de Jesús: cabello largo, vestido con ropa de lino y sus túnicas. Con él fue mi primera ceremonia de ayahuasca cuando yo tenía entre 28 o 29 años; recuerdo que fue en Tepoztlán.
Una semana antes tuvimos la reunión con Carlos en la CDMX, para que nos explicara un poco lo que íbamos a hacer y nos hiciera las recomendaciones necesarias previo a la ceremonia. Cuando se abrió la palabra, yo pregunté: "¿Qué es lo peor que me puede pasar?" Y él me respondió: "Lo peor que te puede pasar es que no te pase nada". En su momento esta respuesta no tenía ningún sentido para mí, al tiempo que recalcó: “La planta solo te va a mostrar lo que tú estés lista para ver”, y también dejó claro que lo mejor era no tener expectativas.
Pero, ¿cómo no tener expectativas? Si por primera vez iba a probar una planta sagrada, ¿se podía no tener expectativas? La verdad, yo no pude; todo lo contrario, tenía muchísimas.
Para no hacerles el cuento muy largo, me pasó lo peor que me podía pasar. Ajá, sí, eso: no me pasó nada. Me quedé dormida después de tomarla y me desperté cuando terminó la ceremonia. O sea, ponchadísima quedé. Para serles sincera, fue completamente frustrante.
Al día siguiente de la ceremonia me fui con Carlos a comer al pueblo y tuvimos una plática increíble. Él me convenció de que la planta estaba dentro de mí y que haría su trabajo. Yo me fui feliz a mi casa con la idea de haber conocido un maestro, el cual hoy por hoy continúa siendo un buen amigo.
Pasaron seis meses y Carlos, que era un ciudadano del mundo, regresó a México y quedamos de vernos para ponernos al día. Comimos en un restaurante en La Condesa, platicamos por horas; yo le contaba mis nuevos proyectos, las cosas que me cuestionaba en ese momento, mis nuevos objetivos… En fin.
De pronto Carlos me interrumpe y me dice: "¿Te estás dando cuenta?" Y yo: "¿De qué?" —De las cosas que me estás contando, de cómo has cambiado tu forma de pensar en estos seis meses. De que las cosas que te están moviendo son muy diferentes a las de antes y con mucha profundidad, ¿no crees?"
La verdad, me quedé fría. Él tenía razón, pero fue justo en ese momento que caí en cuenta de que, si evidentemente yo había cambiado radicalmente mi enfoque en la vida, de no haber sido por él, yo ni lo hubiese notado.
Aunque no hubo viaje, ni sensaciones, ni colores y mucho menos alucinaciones, sí hubo un trabajo interno profundo, donde se removieron capas que me permitieron conectar con mi verdadera esencia, donde a lo lejos pude sentir lo que en realidad me hacía vibrar y comencé a darme el permiso de guiarme por eso.
Hoy miro atrás y me enorgullezco de haber sido un tanto pionera en estas experiencias, siempre tan aventada y poco miedosa, con tantas ganas de descifrar el sentido de estar viva. Ese ímpetu me hizo convertirme en la persona que soy ahora, hoy con más sabiduría, misma que solo llega con los años y la experiencia.
Esa primera vez nunca la olvidaré y, aunque no fue nada de lo que me esperaba, fue perfecta tal cual fue; no le cambiaría nada.
Ansío leerlas, si han tenido alguna experiencia como esta, si les causa curiosidad o simplemente qué opinan de mi experiencia. Luego les contaré más de mis múltiples momentos con la ayahuasca bendita.